El origen de la construcción de los Arcos se remonta al siglo XVII, cuando la ciudad carecía de un eficaz y saludable servicio de agua potable,
pues los viejos canales y cañerías que surtían a la ciudad conducían aguas sucias y malsanas, contaminadas por los obrajes, relata el cronista
Andrés Garrido del Toral.
Las monjas capuchinas, protegidas de El Marqués Juan Antonio de Urrutia y Arana debieron exponerle sus quejas sobre la necesidad que tenían de
agua limpia para sus menesteres, porque aunque Querétaro tenía sobrada agua del río, le faltaba pureza y claridad.
El Marqués buscó en los alrededores de Querétaro la fuente que había de surtir el preciado líquido. Examinados diversos manantiales, encontró
que el más adecuado, por estar su nivel a conveniente altura en relación con el de la ciudad, era el llamado Ojo de Agua del Capulín, por un
árbol de ese nombre que ahí estaba, en el poblado de La Cañada.
Sin embargo, Los arcos de cantera rosa son una construcción guiada por el amor, ya que cuenta la leyenda que cuando Don Juan Antonio de Urrutia
y Arana vio por primera vez a Sor Marcela, el amor entre ambos surgió de inmediato. Empero había una situación delicada, primero porque Sor
Marcela era monja y segundo porque era sobrina de la esposa de Juan Antonio Urrutia y Arana, por lo que nunca hubieran podido hacer realidad
su amor.
Pero llegaron a un convenio: ella le ofreció su amor basado en el entendimiento mutuo, pero sobre todo lleno de pureza, pidiéndole a cambio que
construyera el ahora majestuoso Acueducto para conducir el agua al convento de las Capuchinas. La historia que se encuentra detrás de uno de los
acueductos más importantes del mundo, tiene sólo una razón de ser: el amor entre un vasco enamorado y una monja. Esta es la leyenda del Marqués
de la Villa del Villar del Águila y una de las monjas capuchinas más hermosas de ese momento, Sor Marcela.
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