Ahora que te contemplo así dormida
mientras oigo sirenas a lo lejos
y presiento el dolor de los cristales;
ahora que por fin comprendo
que de tu aliento salen amapolas
como vida marchita,
detenida en el borde de los labios,
no es difícil volver a aquellos días
de vino y de tormentas,
de canciones de amor bajo los árboles.
¡Cuántas veces soñamos
un distinto final para esta historia,
riéndonos del aire y de los peces!
Ahora que te contemplo así, desmadejada,
con ese incomprensible asombro
dibujado en la boca,
esa boca, amor mío,
que hidrópico bebía
cuando aún era un ángel,
cuando me emocionaban las campanas,
cuando sabía contar correctamente
los besos y las horas de la noche,
las azucenas todas y la voz de las niñas
jugando con el agua...
y que ahora es la mueca
donde se dibuja el miedo...
Ahora que te contemplo así, sumida
en la oscuridad de los sueños sin retorno,
poblada de dolor, descolocadas
la ilusión y las manos,
como una muñeca que se olvida
en la orilla del mar,
tan familiar, tan extraña...,
déjame que te diga,
aunque ya no me creas,
que de lo único que ahora me arrepiento
es de haber dejado marchitarse
el ramo aquel de rosas
que le robamos juntos al verano.
Balada del asesino Carlos Aganzo
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